No mires atrás, amigo mío
Nadie sabe cómo comenzó el mundo.
No tengas miedo del futuro, nada dura para siempre.
Si vives en el pasado o en el futuro
te perderás este momento
Rumi
Es altamente probable que todos los seres humanos hayamos experimentado en algún momento de nuestras vidas, situaciones que nos enfrentaron ante las sensaciones de ansiedad o angustia. Sin embargo, no en todas las personas se convierte en un síntoma o configura un estado crónico; en ocasiones puede corresponder a un estado adaptativo de nuestro cuerpo.
En el transcurso de esta crisis sanitaria, nos hemos dado cuenta del impacto y las consecuencias del cambio radical en nuestro estilo de vida. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) la prevalencia de ansiedad y depresión aumentó en un 25%. El distanciamiento social, la restricción en los espacios de participación e interacción cotidianos, la fusión de contextos y ambientes que habitamos, la necesidad de producir, el multitasking, los cambios en las rutinas, la incertidumbre, etc., han sido situaciones favorecedoras.
En la actualidad tendemos a enfocar nuestra vida en un modo más ejecutivo, orientado a la planeación, realización de labores académicas, laborales familiares o sociales; nos vemos inmersos en mayor exigencia mental. Cuando estamos bajo una tensión emocional y psicológica, tendemos a preocuparnos más, analizando, resolviendo problemas, capacidades que son necesarias para nuestra vida, pero que al mantenerlas sin las herramientas necesarias para establecer un control, las utilizamos de manera excesiva.
Diferenciar el síntoma del estado fisiológico, es uno de los primeros pasos para identificar si estamos ante la necesidad de ocuparnos de él. Para comprender un poco esa sensación, es importante que diferenciemos qué significa ansiedad, y qué es angustia, pues históricamente, para la psicología, estos términos han representado una respuesta emocional paradigmática, generando un llamado a la consciencia sobre estos estados emocionales.
La ansiedad, de acuerdo al DSM-IV (Manual de Clasificación de Trastornos Psicopatológicos), agrupa un conjunto de síntomas psíquicos, cognitivos y conductuales. Puede estar acompañada de sensación de ahogo y de peligro inminente. Hay mayor sobresalto y mayor intento de buscar soluciones eficaces.
En la angustia, por el contrario, predominan principalmente los síntomas físicos. Hay una reacción corporal de paralización, de sobrecogimiento, y la claridad con la cual se puede enfocar el pensamiento, disminuye. En general la vivencia es de predominio somático.
Ambos términos han sido utilizados para referirse a una manifestación psíquica, acompañada de una vivencia somática, que no siempre corresponde a un mal síntoma, pues en sentido fisiológico, hace parte de nuestra respuesta primaria frente al peligro o frente a lo desconocido.
Cuando alguna de ellas, se hace reiterativa, constante o cuando nuestra percepción del pensamiento desdibujan la realidad en posibilidades negativas o desfavorables, activamos ciertos circuitos hormonales, como la elevación del cortisol (hormona del estrés), que nos conduce a disminuir a largo plazo la respuesta cognitiva, la atención, dificulta la memoria, altera el estado de ánimo y por ende, facilita el desarrollo de condiciones como: trastornos del sueño, trastornos de la conducta, síndrome de fatiga crónica y síntomas depresivos, entre otros.
Buscar estrategias de conexión con el momento presente, facilita que avancemos hacia una experiencia más directa con el mundo, menos influenciada por la intelectualización, para que así mediemos y equilibremos las capacidades perceptuales y ejecutivas.
El enfoque en un modo más perceptual, mediante el cual exploramos el mundo a través de nuestros sentidos, nos conecta con lo sublime, con nuestro sentido de humanidad, nos devuelve al presente y nos permite vivir con más calma y plenitud cada momento.
Te dejo algunas estrategias cotidianas, útiles para el manejo de la ansiedad:
- Propiciar un buen descanso: tener un sueño reparador ayuda a prevenir el desarrollo de ansiedad, mejora nuestro rendimiento físico, emocional, generando así un impacto positivo en nuestra calidad de vida.
- Date cuenta de cómo percibes tu mundo: ¿qué tipo de pensamientos tienes frecuentemente? ¿Es frecuente que hagas juicios de valor? ¡Elabora tu autodiagnóstico!
- Responder en vez de reaccionar: la reacción generalmente es inconsciente y automática, va cargada de irritabilidad; la respuesta, es consciente y elegida.
- Sentir más, pensar menos: enfocarnos en la percepción de nuestros sentidos: observar un atardecer, disfrutar el calor de una taza de café o té, saborear la comida, escuchar con atención una canción que nos guste… son ejemplos de cómo ejercitar nuestra capacidad de percibir.
- Usar el ancla de la respiración: centrarse en la respiración nos lleva a mantenernos en el momento presente, nos recuerda que el único momento valioso es el “aquí y ahora”, aportando más claridad mental, calma y mejor manejo del estrés.
- Realizar actividad física: el ejercicio es antiinflamatorio, antidepresivo, regula nuestro sistema endocrino, y hace que produzcamos endorfinas naturales.
- Cuida tu energía: evita sobrecargarte de actividades, revisa tu círculo relacional cercano, y evita todo aquello que no te hace vibrar.
- Cultiva un propósito o un sentido de vida.
Si llegaste hasta acá en la lectura, seguramente, una voz dentro de ti, te invita a resolver algo. Busca acompañamiento, verbaliza lo que sientes, y ocúpate de ello. ¡Tenemos mucho que aprender!.
Con aprecio,
Dra. Carolina Sánchez
Medica Integrativa y Funcional
Especialista en terapias alternativas y farmacología vegetal.