EL DOLOR TOTAL, UNA BREVE MIRADA DESDE EL DOLOR CRÓNICO BENIGNO.

Por: Doctor William H. Joaquí.

Médico Anestesiólogo, Especialista en Medicina del Dolor.
Máster en manejo avanzado del dolor – Cofundador C&M.

C. Saunders en 1964 desarrolla el término de dolor total, haciendo énfasis al paciente que se encontraba con una enfermedad terminal.
En mi práctica clínica, he evidenciado cómo un dolor crónico benigno, que se convierte por sí mismo en una enfermedad, logra invadir el espacio más allá del enfermo y más allá del propio síntoma doloroso. Me refiero a que, en el dolor crónico, se presenta también dolor espiritual, el paciente muchas veces se siente abandonado por completo, sin fe y sin esperanza de alivio, surgen preguntas como ¿porqué a mí?, preguntas muchas veces sin respuestas. Se acompaña de dolor social, donde el ambiente laboral generalmente no es favorable; el económico se deteriora por la limitación funcional y se siente abandono por parte del gobierno y las aseguradoras de salud, que poco aseguran que le van a acompañar en su alivio. En ocasiones incluso, se presenta una afectación familiar que puede virar a los extremos (la codependencia o al abandono). El dolor emocional, claramente sentido por los pacientes, que en gran parte llegan a presentar cuadros de depresión con consecuencias negativas en la percepción de la intensidad del dolor físico. El dolor psicológico, por esperanzas desvanecidas en tratamientos fallidos, por incertidumbre acerca del futuro. Y por supuesto el dolor físico, al que normalmente se le presta toda la atención.

Es necesario pues, adoptar una escucha empática, una mirada calurosa a los ojos, un tiempo adecuado para la atención sin distractores, un trabajo con un equipo interdisciplinario que adopte conductas en conjunto, que evalúe desde los diferentes puntos de vista el dolor más allá de lo físico, ese dolor total, tan alejado actualmente de un manejo integral, en un tiempo en el que los servicios de salud se han venido deshumanizando.

El manejo del dolor total requiere pues, explorar en la persona que sufre, no en el dolor qué padece. Mostrarle al enfermo, una puerta que se abre, un camino de posibilidades en los que él y su familia pueden caminar de la mano de personas profesionales dispuestos a brindarles su acompañamiento. Es posible que el dolor físico no desaparezca, no se cure, incluso, no baje su intensidad, pero si ayudamos en el alivio del sufrimiento generado por el dolor social, espiritual, emocional, psicológico, seguramente estaremos brindando una mejor calidad de vida, estaremos enseñándole al paciente herramientas para que aprenda a llevar esa condición dolorosa y mostrarle que él no es sólo dolor, a no conformarnos con decirle “aprenda a vivir con el dolor”.

 

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