El gobierno, la sociedad, ni el sector sanitario estábamos preparados para hacer frente a una pandemia de la magnitud del Covid-19. En estas circunstancias, muchos médicos realizaron su labor en condiciones de seguridad manifiestamente insuficientes o inequitativas, llevándolos a asumir cargas, ritmos y riesgos injustos.
En buena hora varias sociedades científicas y agremiaciones profesionales se manifestaron al respecto, exigiendo cuidado y mejores condiciones laborales.
Pero quizá sea necesario ir un poco más allá. Tal vez es pertinente dirigir nuestra atención, de una manera especial, al autocuidado. Desde hace 16 años ejerzo la medicina; soy especialista, subespecialista y docente universitario y, desde mi experiencia, puedo decir con franqueza, que a los médicos (y probablemente a todo el personal de salud), nunca nos enseñaron el autocuidado. Nos formaron para comprender la enfermedad del otro y para dar recomendaciones. Es usual ordenar una buena alimentación, hacer ejercicio, no fumar, dormir, descansar y no estresarse.
Pero estas recomendaciones también son útiles para nosotros. La vocación, a mi manera de ver, debe partir de la coherencia. ¿Acaso no sabemos lo que hacen las grasas saturadas y los carbohidratos simples?; ¿O que dormir las horas recomendadas es indispensable para el funcionamiento adecuado de nuestra mente, para tomar mejores decisiones propias y con nuestros pacientes?; ¿Es que no tenemos suficiente conocimiento de que hacer actividad física regularmente, beneficia nuestro cuerpo y mente?; ¿O que podemos mejorar nuestro índice de coherencia si realizamos ejercicios de meditación o respiración?
Lo sabemos y por eso lo recomendamos, pero ¿por qué no es indicado también para nosotros mismos? En los trabajadores de la salud, la tasa de suicidios y de trastornos depresivos es el doble de la que corresponde a la población en general. Entre 300 y 400 médicos mueren en el mundo al año, por su propia mano. Otros síndromes sociales como los divorcios y el burnout, son más frecuentes entre el personal sanitario.
En gran parte las medidas de reducción, prevención o mitigación de estos y otros riesgos, están en nuestras manos. ¿Qué estamos haciendo al respecto? y ¿qué estamos esperando para ampliar la formación profesional de los futuros médicos, donde se enseñe de una manera más profunda, práctica e incluso vivencial, aspectos de nutrición, hábitos de vida saludable y bienestar en general?
Múltiples investigaciones coinciden en señalar que algunas prácticas a las que, a veces estamos obligados a mantener, tales como turnos nocturnos, estrés, mala alimentación, sedentarismo; son coadyuvantes de procesos inflamatorios que promueven la aparición y mantenimiento de enfermedades crónicas como la diabetes, el cáncer, la enfermedad coronaria, entre otras.
Por eso somos nosotros quienes estamos más llamados a practicar hábitos de vida saludable para prevenir y mantener un cuerpo y mente en estados óptimos, que permitan brindar beneficios no solo individuales, sino también profesionales, pues, seguramente nuestras decisiones y actitudes van a estar más alineadas con las necesidades de nuestros pacientes.
Al igual que muchos colegas, cuando terminé mi especialidad, me impuse unas exigencias laborales supremamente arduas que, pensaba, correspondían a los muchos años de esfuerzo e inversión económica, los cuales debían ser adecuados y prontamente retribuidos. En un principio no reparé en que tales exigencias no eran proporcionales al desgaste físico y mental al que me sometía. El tiempo y la atención a las circunstancias, me llevaron a cambiar y tomar la decisión de invertir en mí y en mi familia, es invaluable. Sin embargo, hoy hubiera agradecido que estos buenos hábitos, me los hubieran enseñado desde mi formación humana a lo largo de mi recorrido académico.
Dr. William Joaquí
Médico Anstesiólogo
Especialista en Medicina del Dolor
Ms. en Manejo avanzado del Dolor
Medicina Funcional IFM
Medicina Integrativa
Aspirante a Magister en Medicina de Precisión