Volver a la vida: sanando nuestra infancia

Sanar, para educar. 

Cuando educas no educas solo, 5 generaciones educan contigo. 

Hace ya casi dos años la vida hizo zoom donde hace años pasábamos la vista con ligereza. Pasamos de vivir a convivir con nuestra presencia. Bueno… y no exclusivamente con la nuestra, sino con la presencia de las personas más cercanas de nuestro sistema:  hijos, esposo o esposa, novio o novia, padres o uno mismo.

En cualquiera de los casos, la vida nos puso en una situación de estar presente y, súmale las emociones que para ese momento sentíamos; muchos sentíamos incertidumbre, no había un camino claro. Pero, aun así, en la inseguridad y en el pare que tuvimos que hacer, la vida continuaba. 

Fue de este modo que nos encontramos más en casa y ¡ojo!, que no hablo solo de la casa física, la de cemento, que durante esa temporada te sirvió de refugio. Hablo de tu cuerpo y mente que es tu primera casa

Y de repente, nos dimos cuenta de que hace años no nos atrevemos a limpiarla y esta empezó lentamente a mostrarnos los lugares que hace rato no limpiamos o que nunca nos atrevemos a limpiar. Traducción: verdades que hace rato no queríamos ver, cajones emocionales que no queríamos limpiar, partes que habíamos descuidado, recuerdos que habíamos ignorado, compromisos que habíamos postergado, como decisiones que habíamos evitado. 

 Y entonces ese cuerpo se empezó a manifestar junto con la mente y probablemente, al principio lo notaste como una parada necesaria y claro, para muchos lo fue.  Cada quien vivió ese detenerse en proporción a cuan sucia y descuidada estaba su primera casa, pues quizá durante años no se habían atrevido a limpiarla o nunca lo habían hecho.

Si lo piensas generacionalmente es válido, a muchos en la educación de antes no nos enseñaban a observar qué pasaba en ese mundo interno, solo nos enseñaban a limpiar lo que había afuera de nosotros y con esto me refiero a las “obligaciones”: el colegio, la universidad, el trabajo, los deber ser, pero no el ser. 

Y entonces lentamente, vivir con esa suciedad y no poder escapar de ella, cada vez se hizo más difícil para muchos. Para otros la realidad era diferente ¡estaban felices! Porque podían limpiar en tranquilidad y tiempo sus casas. 

No obstante, esos otros, tenían cajones atrasados ¿de qué?  De decisiones postergadas, relaciones familiares difíciles en las que ya no se conocían con el otro y estaban completamente desconectados, mentiras que se habían vendido hace años y sostenían, tiempo de calidad atrasado con su pareja, hijos, padres o incluso y muy importante… con ellos mismos; dolores físicos postergados, que quizá eran alarmas del cuerpo para indicarnos cómo estaba ese clima emocional interno. 

Y si vamos más profundo, no se habían atrevido a ver su infancia, ¡esos cajones! Esos sí que no los limpiaban hace años.

Pero inevitablemente la cuarentena si o si nos puso a limpiar lo más profundo de nosotros y hoy quiero invitarte a limpiar esos primeros cajones si aún no lo has hecho, los de la infancia; allí reposan todos o casi todos nuestros patrones, hábitos, maneras de comunicarnos y relacionarnos, maneras de vivir una emoción y necesidades que desde la infancia no fueron satisfechas y que actualmente, sigues buscando o sintiendo que nada es suficiente sin saber por qué. 

Las necesidades emocionales y relacionales como las vives ahora son indicadores de experiencias tempranas con tus figuras de apego y con la historia emocional que tienes con aquellos vínculos de tu legado de infancia y adolescencia. 

Cada uno de los recuerdos que tienes vividos, son material emocional placentero o displacentero, que han ido configurando maneras de ser y hacer, contigo y con el entorno: familia, pareja, hijos, amigos, trabajo. 

A esto me refiero cuando digo que no educamos solos, educamos con 5 generaciones detrás de nosotros ¿sabes por qué?

Bueno aquí pongo ejemplos cotidianos, que no deberían ser cotidianos. Seguro que, si esto fuera un libro, encontraríamos muchos más. Pero es un blog, una manera de conectarme contigo. 

Y hablando de los porqué, piensa en  cuando tu hijo de 4 años está llorando inconsolablemente y hace pataleta, se tira al piso y grita con un volumen que se eleva cada dos segundos más y más… y de repente  en ti se activan los recuerdos y no como imagen sino como sensación física, se agita la respiración, tu cara empieza a ponerse roja; justo ahí se activa la memoria  de ese niño que fuiste y también lloró, sin embargo, también se activa el patrón de la “pela” o como en la teoría se conoce “el castigo físico” y de manera casi inconsciente repites la estrategia que tu papá, mamá, abuelo, tatarabuelo, usaron.  

Pero esto no se queda aquí, luego pasados los años ese niño que fuiste, se cuestiona porque en las relaciones de su vida no puede expresar lo que siente o bueno, así lo percibe, o porque le cuesta poner un límite al otro, porque le cuesta decir eso que no le gusta o porque sigue y sigue años vendiéndose la idea de estar en una relación que no quiere estar y no toma decisiones. 

De manera casi imperceptible la pela es un patrón, pero si vamos más profundo, la pela sobrepasa barreras más allá de la infancia. Crea seres inseguros con su cuidador primario, genera miedo, no aprendizaje. Ahora transportemos este mismo hecho a la vida adulta.

Como el niño aprendió que quien ama le puede pegar… te pregunto ¿por qué no repetirlo con esos vínculos de pareja que se vuelven primarios? Y allí tenemos un perfecto cultivo de violencia física en una relación de pareja vista desde la creencia: me pega porque me ama. 

Y así podría relacionarte muchos eventos de nuestra vida de infancia que han hecho que construyamos ese “yo” o la versión que conoces de ti ahora mismo. 

Si te preguntara, ¿quisieras que tu hijo viviera exactamente los mismos momentos de tu vida, que han sido difíciles? Puede haber dos respuestas igual de válidas: “sí, es importante haber vivido lo que viví, me hizo ser quien soy hoy” o “no, jamás quisiera que viviera lo que viví”.

Lo curioso de esto es que quien está respondiendo es el adulto, no el niño. Si le preguntaras a tu niño ¿volverías a vivir de la misma manera cada momento de tu vida? 

Sana para educar, las relaciones se enriquecen reconociendo nuestras sombras. 

¿Por qué seguir repitiendo patrones contigo mismo y con otros? ¿Por qué seguir quejándonos de lo mismo sin hacer nada al respecto?

 

Te invito a hacer una película de tu infancia, y observa desde la honestidad qué te hubiera gustado que fuera diferente. Allí encontrarás las respuestas que el adulto de ahora no encuentra. 

Recuerda conectar corazón, palabra y mente. 

Psi. Diana Aguirre 

Psicóloga Clínica 

Ms. en psicología para niños y adolescentes 

Ms. en enfermedades mentales graves

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